Paseando por el mercado.

Al caer la noche salí de mi guarida en busca de ciertos ingredientes para mi próxima poción. Me paseaba por la elegante e impetuosa ciudad de los elfos, llegando a las calles donde los mercaderes de la noche ocupaban las aceras y senderos, respetando el continuo silencio presente casi siempre entre los elfos.

Caminaba con pasos firmes y seguros, ignorando las miradas curiosas que disparaban interrogatorios mudos del estilo "¿Qué hace un humano a estas altas horas de la noche paseandose por el mercado?". Mi rostro expresaba una extraña sensación de calma y serenidad, mientras el único ruido que acompañaba las melodías de los grillos era el golpear de mi bastón por cada dos pasos que daba. Deteniendome en diversos puestos, echando ojeadas por aquí, miradas por allá, contemplando las excentricidades que algunos elfos se atrevían a exponer e incluso vender.

Por fin llegué a un puesto exclusivo en venta de especias, y una hermosa elfa de cabellos oscuros se asomó a atenderme. -¿Qué desea forastero? -me preguntó con su suave y melodiosa voz, llegando hasta mis glándulas olfativas el dulce aroma que su melena desprendía al frotar con la brisa nocturna, adornando su rostro con una amabilísima sonrisa que iluminaba todo el puesto.

-Venía buscando 10 gramos de pétalos de Rosas de Escarcha Negra, 30 de miel seca de Abejas Ninfas y 1/4 de kilo de Azafrán Cristalino del Norte. -le respondí añadiendo a mi expresión una torcida sonrisa que como poco, era encantadora, a la vez que me apartaba un mechón de pelo que ocultaba parte de mi rostro.

-Veré lo que tengo. -contestó ella. En ese momento se giró elegantemente y se puso a buscar entre la despensa. Mientras esperaba, comencé a contemplar con indiferencia los productos mostrados al alcance visual de cualquiera en el puesto. Tras escasos minutos, la elfa regresó con un par de envoltorios cuadrangulares de papel de seda en cuyo centro se encontraban 2 de los ingredientes que había pedido. -Azafrán no me queda, señor, por estas tierras es escaso. Mas creo que por Vardamir podrá tener mayor suerte. -dijo la mercader, haciendo una pausa para mostrarme los ingredientes y la cantidad, para después envolverlos en el papel de seda.

-Son 2 monedas de oro y 5 peniques de bronce. -prosiguió. Al escucharla me llevé la mano derecha a uno de mis bolsillos interiores de la túnica y saqué un pequeño saquito de cuero, del que extraje la cantidad citada por la elfa. Extendí mi mano derecha con el dinero, y la izquierda para tomar las especias, dejando el cetro apoyado en un extremo de madera del puesto.

-Gracias. -dijo tras coger el dinero correspondiente y darme lo mío. -A usted. -le respondí al tiempo que me guardaba ambas envolturas en bolsillos diferentes de mi túnica. Luego cogí de nuevo mi cetro con la izquierda y continué mi paseo nocturno por el mercado élfico en busca del ingrediente que me faltaba.

Las noches en palacio podían llegar a ser harto aburridas, así que, sin ningún entretenimiento más que escuchar mis propios pensamientos y agobiado por permanecer entre aquellos cuatro muros a los que llamaba hogar, me escabullí de mi guardia personal y me escapé del palacio. Me llevó un largo rato esperar a que los soldados se despistasen, pero cuando encontré mi oportunidad, me escapé sin mayores problemas. Posiblemente me ganase una buena reprimenda por parte de mi padre, pero por lo menos esto era mejor mejor que echar raíces en mis aposentos. Escalé un alto árbol que crecía en los jardines de palacio y me precipité fuera, cayendo silenciosamente. Miré a ambos lados y comencé a caminar con pasos graciles y rápidos.

Dejé que mis pies me guiasen a donde ellos quisieran y acabé en el mercado. Suspiré. Si me descubrían por ahí se podría montar un buen escándalo. Me cubrí la cabeza con la capucha de mi capa de color esmeralda mientras rezaba para que nadie me reconociese. Las nocturnas calles de la Ciudad Eterna rebosaban tanta vida como si fuese de día. Caminé entre los puestos sintiéndome libre de ataduras por una vez en mi vida. Por el momento, nadie me había descubierto, esperaba que mi suerte durase toda la noche.

Desde las distintas tiendas apostadas a lo largo del lugar llegaban olores y sonidos de lo más variado. Me detuve frente a una herrería para observar el portentoso trabajo del elfo que forjaba lo que terminó siendo una hermosa espada con guarda de reluciente plata. Por las delicadas formas y el valor de los materiales empleados en aquel arma, deduje que era un encargo de algún miembro de la nobleza. Con voz queda, alagué al herrero por su trabajo y proseguí mi camino. Nunca me atrajo demasiado la hechicería, así que no me acerqué a ninguna de las diversas tiendas especializadas que vi.

Sin embargo, en una tienda de talismanes, me detuve para observar un bonito colgante con forma de lágrima azulada. Quizá era hora de regalarle algo a mi hermana, pero no había cogido dinero en mi casa, por las prisas. Aunque si mostraba mi verdadera identidad probablemente me regalarían aquella joya sólo por congraciarse conmigo, me aparté del puesto antes de que llegase el encargado.

En un punto de mi paseo, pude reconocer una especie de pieza que no encajaba en el puzzle de Telperiën. Un forastero, un humano, supuse. Me acerqué con curiosidad, cubriendo mi cara un poco más, ocultando mis ojos entre la tela. Había acabado de comprar algo en una tienda de especias y se disponía a seguir su camino cuando comencé a seguirle. Aceleré el paso para situarme a su lado.

-A lejanas tierras os traen vuestros pasos, humano-comenté-Vuestra simple presencia aquí, en la Ciudad Eterna, es un acontecimiento inusual.

Observé al elfo que se había acercado a mi como cualquier elfo lo habría hecho, con extrema elegancia. Intenté contemplar sus ojos para identificarlo, pero la oscuridad de la noche y la capa no ayudaban mucho en mi objetivo, por lo que me detuve. -Espero, noble elfo, que no se le esté prohibida la entrada a humanos en ésta, vuestra ciudad, mas mi compromiso aquí solo es conseguir unos víveres.

Le sonreí con cierta ironía, esperando que la maestra inteligencia de un elfo consiguiese captar tal simple recurso lingüístico. Los transeúntes observaban al "humano" y al elfo conversar como si de algo fuera de lo normal se tratara.

La capucha que se tendía sobre mis ojos me estaba comenzando a provocar calor. Nos detuvimos en medio de la calle. Los habitantes de la ciudad nos observaban con incredulidad. La verdad es que no es muy común ver a un encapuchado y a un humano conversar en medio de la capital del reino élfico. Casi más por incomodidad que por cortesía, retiré la capa de mi rostro. Varias exclamaciones de sorpresa llenaron el lugar, pero al drigir mi mirada hacia los lados, todo el mundo volvía sus labores como si no hubiese pasado nada.

-La ciudad permanece abierta a cualquiera, sea su raza la que sea-dije, entrecerrando mis ojos azules para contemplar los suyos-Siempre que no atentéis contra nuestra raza, seréis bien recibido. Mas, desearía oír su nombre, forastero.

Al fin contemplé aquellos rasgos faciales tan populares en aquel reino, por lo que en mi rostro se comenzaba a dibujar una sonrisa torcida a modo de sorpresa.

-¡Oh! Perdone mis modales, Príncipe Alan. Mi nombre es Louis de Pontieu du Lac. -Le respondí, seguido de una leve inclinación de mi columna vertebral a modo de reverencia. Al incorporarme observé las miradas recelosas cargadas de interrogativas, muchas veces retóricamente.

-Pero por favor, no generalices. No todos los humanos somos iguales... ¿O sí? -Le pregunté con la misma sonrisa que la empleada anteriormente.

Chasqueé la lengua silenciosamente y escruté su rostro con lentitud. Era lógico por sus palabras que no era humano, o no uno corriente. Entre una muchedumbre de hombres destacaría por su elegancia y su porte, parecidos a los rasgos de mi raza. Además, aquellos ojos castaños claros no eran corrientes. Pupilas verticales...

-Ni tan siquiera dos copos de nieve son iguales a los ojos de un observador experto-comenté, refiriéndome metafóricamente a los elfos-Pero vos no sois un simple copo de nieve. Sois más bien un solitario granizo en medio de una nevada ¿Me equivoco?

-Tampoco es muy común encontrar a un perteneciente de la Corte paseando a estas altas horas de la noche por las calles de mercaderes élficos. Y no, no os equivocais. Aunque desconozco hasta dónde pretende llegar. -Le contesté sin inmutar la expresión de mi rostro, exceptuando una pequeña mueca de picaresca que se había añadido a aquel lienzo lleno de sensaciones.

-Me gustaría continuar nuestra conversación en un lugar menos... transitado. Si hace el favor de guiarme a alguna zona que usted conozca. -Concluí.

-Bien, ambos estamos fuera de lugar, Sir Louis-admití, cerrando los ojos durante un instante y sonriendo por primera vez en toda la noche.

Ante su petición, me moví con el mismo sigilo con el que había llegado hasta él entre la marabunta de elfos que poblaban las calles. Si bien no conocía demasiado la ciudad, sabía que fuera de los límites de las contrucciones, no solía rondar la gente por las noche. Las posadas estarían todas abarrotadas a esas horas y, si de verdad quería menos bullicio, lo obtendría. Lo guié hasta un viejo campo de entrenamiento que estaba dispuesto en un claro cerca de la ciudad.

-Aquí estamos a salvo de oídos y miradas indiscretas, como pedisteis-saqué los brazos de la capa y los extendí, dando a entender que estabamos sólos-Si bien mis cábalas no son erróneas, vos no sois lo que aparentáis. He estudiado todas las razas y culturas sobre este mundo desde hace más de cien años. Y, aunque aún me falta mucho por leer, puedo decir sin temor a equivocarme que sóis tan inmortal como yo-dije, del tirón, con voz cantarina-Es un rasgo típico de la vampirización ¿Me equivoco?

Sonreí ante la deducción del elfo, que demostraba ser más espabilado que muchos de los de su raza. Antes de responderle a cualquier pregunta me giré, avistando un apiladero de troncos, el cual utilicé de asiento para acomodarme. Me senté a duras penas en él, dejando reposar una pierna sobra la otra, apoyando a un lado el cetro, y juntando por último ambas manos en la rodilla de la pierna que reposaba.

Mi mirada fría y examinadora volvió a cruzarse con la del elfo. -Para responderle a su pregunta, Príncipe Alan, me gustaría escuchar primero los fieles argumentos que le han llevado a tal enunciado. Si no es mucho pedir, claro. -Mi voz serena y relajada sonaba como un murmuro de la brisa acariciando las finas ramas de los sáuces en otoño.

Asentí silenciosamente y parpadeé repetidamente ordenando mis pensamientos una vez más.

-Por supuesto. No suelo hablar por hablar-dije, con una media sonrisa-Primero de todo, destacan sus formas y movimientos, más gráciles que los de un humano, su piel pálida y esta extraña visita nocturna a un mercado élfico-respiré de forma inaudible-Obviamente, estas tres razones carecen de base lógica. Pero vuestros ojos son la clave, sir Louis. Pupilas verticales, atípicas en humanos-sonreí con cierta suficiencia, manteniéndole la mirada.

Off: Vale, nose por qué Edén le ha puesto pupilas verticales a los vampiros, y me acabo de dar cuenta que lo tenemos...

On: En ese momento sonreí como antes aún no lo había hecho, de forma tan exagerada que dejé mostrar mi dentadura en la cual se alcanzaban a apreciar los pronunciados caninos, típicos de mi raza.

-Siempre he andado buscando un conjuro que me librase de esta anormal anomalía. -Le dije con tono resignado, a la vez que me apartaba un mechón de pelo juguetón que se separaba del conjunto, con la mano derecha. Me levanté, cogí con la izquierda el cetro y clavé mi mirada en la suya, volviendo la expresión afable de antes.

-Bueno, pues ahora que lo sabe, Príncipe Alan, espero que siga siendo usted lo suficientemente inteligente como para guardar nuestro secreto en un lugar seguro. Nadie desea que le ocurran sucesos horribles, ¿verdad? Ni siquiera un ser tan carente de vida como yo... -Había hecho lo posible para que mis palabras sonasen lo menos amenazantes posible, pero, ¿qué se le va a hacer? Es mi naturaleza...

Redirigí mis ojos de color zafiro hacia los suyos. Si esperaba amedrentarme, no lo iba a conseguir. Mi mirada era dura y en mis labios se había dibujado, con extrema facilidad, un gesto de repulsión que no paliaba la belleza de mis rasgos élficos. Aparté la capa, como sin querer, y dejé al descubierto las dos largas y curvas dagas que llevaba cruzadas en la parte de atrás del cinturón. Cuando hablé, lo hice de forma calmada y sin variar mi tono de voz.

-No me insultes-dije, aún mirándolo con el mismo gesto-Si crees que tus palabras me asustan lo más mínimo, estás equivocado.

En mi expresión volvió a notarse enarcada mi ceja derecha, pero esta vez no de sorpresa, sino de incredulidad. -¿Insultarle yo? ¡Me ofende, Príncipe Alan...! -Le respondí con una melodía sarcástica que denotaba mi más profundo sentimiento en aquel momento.

-Mi intención no es asustarle. Solo... aconsejarle para que piense, y escoja bien las decisiones que vaya a tomar en un futuro. Usted sabe lo que le conviene, ¿no es así? -La sonrisa que hace unos minutos se dejaba contemplar en mi cara, volvió a aflorar, dejando ver de nuevo parcialmente los incisivos propios de mi raza. Aunque mi apariencia continuó intacta, tranquila y serena.

Le miré con cierto enfado y reproche mezclados en mi mirada.

-Vienes al reino de mi padre... y te atreves a dejar tus veladas amenazas a mis pies-comenté, arrastrando las palabras en un rítmico siseo-No tengo por afición chismorrear con asuntos ajenos.

-Perfecto. Así me ahorro el tener que estar vigilandolo continuamente. -Le contesté con la típica sonrisa torcida que acostumbraba a dibujarseme en mi rostro cada vez que una respuesta me agradaba. Desvié mi mirada de él y comencé a alejarme lentamente, adentrandome en la oscuridad.

-Volveremos a vernos, Príncipe Alan... -Sonó mi voz entre la penunmbra, dejando a aquel miembro de la realeza, y futuro Rey, solo.